
Se asomó una noche más a la ventana de su cuarto y miró atentamente a través de ella. Apoyando sus manos y su cara contra el cristal deseó con todas sus fuerzas atravesarlo y salir de allí.
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Se había pasado toda la tarde mirando a los otros niños corretear, sin tener nada que hacer excepto divertirse, por la campa de al lado de la casa donde él vivía desde hace unos años.
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No se le permitía salir a jugar con los niños de su edad. Podía recordar perfectamente cómo su madre le repetía una y otra vez desde que llegaron que se habían mudado allí por el aire, suficientemente puro como para ralentizar su enfermedad. Esa cruel enfermedad que le hacía tan vulnerable que no se le permitía salir.
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Siguió mirando por la ventana abriendo cada vez más los ojos. Las vistas eran preciosas pero para él sólo existía un árbol. Un árbol frente al mar, desde el cual se podría ver toda la inmensidad del océano.
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Aquella noche la luna estaba llena e iluminaba todo el campo. Su rincón privado, aquel al que los otros niños no se acercaban a jugar, estaba más bello que nunca. Necesitaba ir allí esa noche. Sabía que aquel lugar tenía una magia hasta ahora desconocida para él.
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Despegó sus manos y su cara del frío cristal y en silencio se abrigó y salió de la casa.
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Comenzó a recorrer el campo tras atravesar el jardín de la casa, el viento soplaba fuertemente y lo zarandeaba. Enseguida empezó a notar que le faltaban las fuerzas y aminoró el paso hundiéndose en la húmeda hierba. Sentía como su enfermedad le obligaba a volver sobre sus pasos.
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Su edén estaba cada vez más cerca. El viento traía humedad del mar y empezó a notar la magia del lugar, esa que tanto ansiaba conocer.
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A los pocos pasos divisó finalmente el mar y se detuvo un instante antes de alcanzar el árbol. El mar era mucho más grande de lo que él nunca hubiera imaginado y le impuso un respeto. Podía oír las olas romper abajo contra las rocas y le pareció un sonido precioso.
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Se agarró a la corteza del árbol y su tacto aspero y desconocido le sorprendió. Le costaba respirar y sus piernas cedieron. Clavando las rodillas contra el suelo y apoyándose contra el tronco, al igual que contra la fría ventana, se dejó deslizar hacia el suelo.
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Se apoyó contra la base del árbol y mientras escuchaba al viento agitar las hojas, con una sonrisa, cerró los ojos. Estaba realmente cansado.
uuooooo
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