De nuevo se apagó la luz de fuera y la rendija que emanaba esos pocos rayos de luz se secó. Sus ojos no tardaron en acostumbrarse de nuevo a la oscuridad. Apoyó la huesuda espalda en la fría e incómoda pared de roca y palpó cautelosamente el húmedo suelo con las llemas de los dedos buscando algún resto de los huesos de pollo que le habían dejado. Los peores eran para él, pocas cosas sabía sobre los que le tenían ahí abajo pero una de ellas era que los mejores huesos se los echaban a los perros. Arañó el hueso en busca del mínimo ápice de carne. No hubo suerte. No recordaba cuando era la última vez que le habían dado de comer, las horas pasaban lentas en la oscuridad y no tenía ninguna consciencia del tiempo que llevaría ahí. Podrían ser semanas e incluso meses pero no lo sabía con certeza. Intentó incorporarse en vano ya que la cámara era lo suficientemente pequeña como para no poder levantarse y lo suficientemente estrecha como para que no se pudiera tumbar. Se acarició la pierna, desnuda desde el primer día, al igual que el resto de su cuerpo, cuando le despojaron de su ropa y del resto de sus cosas, con su huesuda mano, daba gracias a no tener un espejo, no le gustaría verse así. Desnutrido y moribundo, con cada vez menos esperanza de seguir vivo mucho tiempo y con menos aún de que en algún momento alguien optara por rescatarle. Dudaba de que alguien siguiera buscándole. A estas alturas todo el mundo le daría por muerto y, en cierto sentido, le gustaría que así fuera.
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