Llegué al fondo del callejón y comprobé una vez más que nadie me seguía. Empujé la puerta, que chilló como un gato atropellado. Subí las escaleras de caracol que a cada paso sonaban como si fueran a romperse y me encontré con otra puerta, giré la manilla y entré.
Observé la habitación entrecerrando los ojos, parecía mentira que hubiese menos luz dentro de esa habitación que en el callejón, alumbrado por una solitaria y oxidada farola.
- Pensaba que no llegarías nunca – susurró una ronca voz.
- Me seguían de cerca, creo que deberíamos cambiar la situación de la guarida
Se produjo un silencio, hacía tiempo que era más que sabido que la resistencia tenía los días contados. Hará dos meses que invadieron la ciudad, la última que aún resistía al ataque enemigo. Las murallas eran sólidas y las defensas estaban muy bien organizadas pero las tropas enemigas sitiaron la ciudad y buscaron una raja en las defensas, la cual encontraron al de unos días y penetraron en la ciudad.
No hubo más opción para los supervivientes tras el ataque que organizarse en grupos pequeños y esconderse en la ciudad para sorprender a las patrullas que hacían ronda por las calles con objetivo de apresar a los pocos que resistían.
- Bueno quizá debiéramos trasladarnos, sí – rompió el silencio una sombra que cuando se acercó lo suficiente al fuego pude reconocerlo. Era el hombre con mayor rango en el refugio y por tanto el oficial al mando. - ¿Qué has averiguado?
- No he conseguido contactar con ningún otro grupo de resistencia y tampoco he localizado ninguna señal que muestre que los nuestros quisieran contactar con nosotros.
El hombre de la voz ronca se colocó junto al comandante y se miraron. El hombre de la voz ronca era un pobre anciano que les había cedido el local hace unos días para que se refugiaran él y sus hombres. Apenas sin mirarme el comandante se dirigió a mí:
- Soldado…
- Screen señor.
- Screen puede retirarse con el resto de los soldados. – Iba a salir de allí cuando continuó – No diga nada a sus compañeros, no merece la pena desmotivarles. Si le preguntan algo dígales que no somos los últimos. Y que se preparen que al rozar el amanecer nos moveremos.
Asentí y me giré. Busqué la trampilla en la oscuridad y tiré de la anilla. Descendí cautelosamente hasta donde mis compañeros. La imagen era muy extraña. Montones de barriles llenos de vino entre los que dormían tres de mis compañeros, sobre una mesa, el cuarto, malherido. Me acerque a él, que al percatarse de mi presencia intentó disimular el dolor que su pierna le proporcionaba ocultando la mueca de sufrimiento que hasta hace un instante invadía su rostro.
- Sebastian… - balbuceó casi ahogándose.
- Tranquilo Sinan – le dije aun a sabiendas de que no servia para nada. – Tengo una mala noticia amigo…
- ¿Nos trasladamos verdad?
- Sí.
- Era de esperar - Tosió y escupió algo de sangre. Me dispuse a acercarle algo para limpiarle pero me lo impidió agarrándome una mano. – Ahora no soy más que un estorbo, no podéis cargar conmigo y no podéis dejarme aquí, si me encuentran no estoy en condiciones de ocultar información si me torturan.
Eso ya lo sabía yo, ya lo sabíamos todos. Pero, ¿Qué podía hacer? No era mi elección, el comandante haría con él lo que creyese más adecuado.
Sentía cómo se me clavaban los dedos del moribundo en la mano y cómo sus vidriosos ojos empezaban a secarse, llevaba dos noches sin dormir debido a los dolores, agradecía enormemente que el comandante me hubiese ordenado ir a investigar y haber salido de ese agujero un tiempo.
- Sebastian, ¿Puedes abrazarme?
Me acerqué a él tímidamente, nunca habíamos sido grandes compañeros ni había tenido mucha confianza con él pero le abrace suavemente. Noté una rozadura a mi espalda y me llevé la mano a la funda del puñal. No me dio tiempo a reaccionar y él mismo se rajó el cuello.
La sangre me salpicó la cara y la coraza, me quedé unos segundos atónito ante el espectáculo y fue entonces cuando cogí el primer trapo que encontré y se lo puse al cuello procurando detener la hemorragia. La sangre le salía por la boca mostrándome que mis esfuerzos por salvarle la vida eran en vano, fue entonces cuando me di cuenta de que me mostraba una sonrisa tranquilizadora. Dejó de temblar y de hacer fuerza.
Dejé de apretarle en cuello y me volví, uno de mis compañeros había despertado y con una mirada me dio a entender que había sido lo mejor.
- Yo subiré a explicárselo al comandante – Me dijo, el chico era un tal Steven, no sabía nada de él ya que por ir a investigar había pasado poco tiempo en el refugio, sólo sabia que era de otro grupo de infantería y que había perdido a todos sus hombres en batalla.
Aún no había comprendido muy bien lo sucedido pero no había tiempo para perder en un día como ese, me acerque a mis compañeros para comunicarles el movimiento que iba a sucederse en unas horas. Cuando estaba ni a medio metro de ellos fui consciente de que no íbamos a durar mucho, tenían las armas junto a ellos y uno de ellos la tenia empuñada estando dormido.
Algo cayó por las escaleras haciéndome más fácil despertar a mis compañeros que instintivamente empuñaron las armas e incluso me pusieron el filo al cuello. Por suerte se dieron cuenta de quién era yo.
Se pusieron su coraza sin mediar palabra y empuñe yo también mi Mauser, busqué la poca munición que debía de quedar en el refugio pero en mi ausencia debían de haberla agotado. Era inútil llevarla así que la deje caer al suelo. Me acerqué a la escalera recuperando de camino mi puñal y pude reconocer la cabeza del pobre anciano bañada en sangre, no había tiempo para dudar, así que, junto con mis compañeros, subí las escaleras sigilosamente.
Asomé la cabeza por la trampilla despacio y cautelosamente, no quería ser el siguiente en perderla. Lo primero que pude localizar fue el resto del cadáver del anciano tirado junto al fuego y con el cuello mirando hacia la trampilla haciendo que cayera por ella un chorro continuo de sangre. Ya olía todo a batalla, era un olor que no me gustaba nada pero me ayudaba a centrarme en la idea de que hoy también podría morir y por tanto agudizaba mis sentidos al máximo.
La puerta que conducía a la escalera de caracol estaba abierta así que salí sin perder un solo momento más. Cuando estuvimos los tres en el piso les hice señal de que me cubrieran cuando saliese a la calle. En este momento y sin saber dónde estaba el comandante yo era el que estaba al mando, no era una sensación del todo agradable pero si gratificante.
Bajamos con cuidado las escaleras y tiré suavemente de la puerta que daba a la calle, salí y pegado a la pared vislumbre el callejón. No parecía haber nadie. Mis compañeros salieron de la casa y empezamos a andar hasta donde cortaba con la otra calle, mejor iluminada. Íbamos seguidos y pegados a la pared, aún no llegaba a comprender qué había sucedido ni qué había sido del comandante y de Steven.
De repente me di cuenta de que si seguía con este plan estaba poniendo sus vidas en bandeja al enemigo así que levanté la mano para que mis compañeros se detuvieran y les señalé unas cajas de madera qué había en la esquina. Subí primero y mis compañeros detrás.
- Chicos. – Les susurré – Necesito que me ayudéis a entender qué esta pasando.
- No lo sé señor pero todo indica a que nos han traicionado. – respondió Kevin, era uno de los mejores soldados que había visto en mi vida. Estaba dotado de un gran dominio de las armas blancas y de fuego y nadie con dos dedos de frente querría enfrentarse cuerpo a cuerpo con él. Además era un gran estratega. Nunca había llegado a un alto cargo en el ejército por mostrar en varias ocasiones su descontento con los superiores.
- Todo apunta a Steven – apoyó Xander, hermano de Kevin y siempre a la sombra de su hermano mayor. – Al fin y al cabo, ¿Qué sabemos de él?, nunca ha dicho gran cosa sobre él aparte de que perdió a sus hombres en batalla, y eso que llevamos tres días metidos en ese agujero.
Me quede mirándoles y asentí, todo apuntaba a la misma persona. Habría aprovechado mi incidente con Sinan en la bodega para subir a la parte de arriba y sorprender al comandante. Además, que no hubiera podido salir de la bodega en ese tiempo le provocaría cierta impaciencia al no poder informar al enemigo de nuestra posición.
Demasiados pensamientos en mi cabeza buscaban su lugar en el puzzle para visualizar algo coherente. En este momento estaba frustrado al no tener ningún plan. Poco quedaba para el amanecer y no podríamos quedarnos en el tejado para siempre. Además el tiempo corría en nuestra contra puesto que al salir el sol revelaría nuestra posición. Podríamos volver al refugio pero estaba seguro de que el enemigo ya se hacia una idea de donde encontrarnos, siempre y cuando Steven no hubiera destapado ya nuestra posición exacta.
Volví de mis pensamientos al ver a mis hombres deseosos de recibir órdenes. Les miré y decidí ser sincero con ellos, les dije que pensaba que estábamos solos en la ciudad y que nuestra derrota era inminente, que lo único por lo que podíamos luchar ahora era por salvar la vida.
Sólo obtuve por respuesta un tradicional “a la orden” que salió al unísono de ambas bocas. Yo buscaba su aprobación pero los hermanos me veían como su superior y únicamente buscaban una orden a la que obedecer. Aún así me tranquilizó pensar que de estar Kevin en desacuerdo lo hubiese mostrado abiertamente.
Desde el tejado estudiamos la ruta más conveniente hacia la muralla para una vez llegáramos allí escalarla lo más rápido posible.
Descendimos del tejado sigilosamente y de sombra en sombra y escondidos de las tropas enemigas fuimos pegados a la pared recorriendo varias casas. El sol ya empezaba a asomar indicando donde nos encontrábamos cuando oímos madera partirse. Lo más inteligente hubiera sido huir del escándalo ya que atraería a las tropas, sin embargo, podría ser que el comandante siguiera vivo y acudimos en esa dirección.
Fue entonces cuado vimos al comandante tirado en el suelo boca arriba, sobre unas cajas rotas de madera y una alfombra de frutas. Steven le apuntaba a poca distancia con su fusil. Fue entonces cuando Kevin hizo manifiesto de todo su talento y lanzó contra el traidor un hacha que se encontraba a mis pies. El arma silbó en el aire alertando al objetivo pero no le dio tiempo a reaccionar y calló al suelo con el arma clavada en la parte lateral de la cabeza.
El comandante tomó su arma del suelo y nosotros nos acercamos para aceptar órdenes. El sol ya alumbraba toda la calle y mostraba la blanca nieve manchada de rojo. Era un panorama desolador.
En unos instantes nos vimos rodeados de enemigos y formamos pegados a la pared rodeando a nuestro comandante, herido levemente. De entre la multitud de enemigos destacaba un hombre mayor y bien vestido, con una armadura muy adornada y se dirigió al comandante:
- Muy buen trabajo, enseguida serás recompensado por tu inestimable ayuda para acabar con la resistencia, sólo debemos eliminar a estas tres alimañas.
Miré a mis compañeros, tan conscientes de que la batalla había acabado ahí para todos nosotros como yo, éramos inferiores en número y el único arma de fuego que poseíamos estaba en manos del que creíamos nuestro aliado.
Se oyó un disparo tan cerca que pensé por un segundo que lo había recibido yo. Uno de los hermanos cayó al suelo. No podría decir quien fue puesto que yo tenía la mirada fija en el filo de mi puñal, ya teñido de sangre amiga y brillando como pidiendo más aun. Me deje llevar por una furia animal y empecé a cortar miembros y cabezas como si de simples verduras se trataran. Oí un grito a mi espalda y después cómo Xander cargaba el arma arrebatada y me susurraba según apoyaba su espalda a la mía para cubrírnoslas mutuamente:
- Yo ya voy a morir en paz amigo mío, mi arma esta tintada con la sangre del verdadero traidor.
Curiosamente ese fue un comentario que me tranquilizó. Grité sabiendo que iba a ser la última vez que lo iba a hacer y me abalancé sobre todos aquellos hombres. No tardé en sentir el frío acero llegar a mi pecho y atravesar mi piel y varios de mis órganos. Mi cuerpo empezó a escupir sangre, mi arma deslizo de entre mis dedos.
Me agarré el pecho procurando tapar la herida. Levanté la cabeza para mirar a mi alrededor nada más mis rodillas tocaron el suelo. Caí fuertemente sobre mi lado izquierdo y me golpeé la cabeza. Pero ya nada dolía. Empecé a verlo todo borroso y a dejar de oír quedando todo en un extraño silencio. Sabía que iba a morir, pero no importaba. Ya que por fin podría descansar.